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16
Mar, Abr

Una inolvidable mañana de futbol

Cuentos
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AVISO: "Una inolvidable mañana de futbol" forma parte del libro de relatos La Generación del Cacahuate, con un costo de 130 pesos. A la venta en la librería de la Biblioteca Magna de la UAN; la librería Alas de Papel: calle Brasilia 42 casi esquina con avenida Del Valle, fraccionamiento Ciudad del Valle; la asociación CECRIF: avenida Principal 81, fraccionamiento Los Limones; y en el puesto de revistas Mafalda: avenida México, entre Allende y Abasolo. 

 

* Angelina tenía muchos años sin ver a su esposo en un juego, pero fue a la cancha porque en el partido previo debutaría su hijo Adolfo. Y aquí se cuenta lo que sucedió.

 

Llovió toda la noche. 

No era un aguacero fuerte como los de junio o julio en que la temporada de lluvia está en juventud, sino agua constante, cabañuelas de noviembre, gotas finas mecidas por el aire. 

La tierra, sedienta ayer, se hartaba de beber y enseñaba charcos revolcados en tierra colorada, sólo despertados por esas diminutas gotas caídas del cielo. 

La noche había sido larga para el niño Adolfo. Tenía 10 años y se despertó muy temprano. De suéter, cachucha y pans, se aproximó a la puerta junto al patio. Se arremangó el suéter y estiró la mano para sentir las gotas, que ya casi no caían. Aunque con preocupación, pensó que eso no impediría que se realizara el partido de futbol esperado toda la semana, ya que acababa de ser enlistado en un equipo. 

Bajo el suéter llevaba puesta la camiseta de su uniforme deportivo. Así había dormido. Era sábado y tenía ganas de sobra por jugar.

Adolfo provenía de una familia futbolera. Su papá, de nombre Trinidad, en la juventud llegó a jugar en un equipo de segunda división profesional pero su gusto por las bebidas embriagantes le impidió un mayor ascenso en el deporte. Era un zurdo que jugaba pegado a la banda izquierda. 

Cascarero, “El Trini” era el clásico jugador que después de los partidos buscaba la sombra de un árbol para beber junto a sus amigos las cervezas que desde temprana hora habían introducido a una hielera. El líquido amargo era consumido con avidez por el cuerpo caliente, cualquiera que fuera el marcador, ganaran o perdieran.

Con el paso del tiempo se le formó una panza grande y sus piernas encorvadas dieron muestras de no soportar fácilmente su peso. Se hizo veterano. 

Sus mejores años en la cancha pasaron desapercibidos para su esposa Angelina, que prefería no acudir a los partidos por el afecto de su marido a la bebida. Eran pleitos cada semana, reclamos, y también entre semana, y es que si había partido el trago era obligado. 

De cualquier forma, en el fondo ella guardaba cierto orgullo porque vivía con el tipo que muchas jovencitas de su época hubieran querido tener como marido, gracias precisamente a que fue buen jugador. Pero los halagos que él se ganó desaparecieron con el tiempo.

***

Ya cincuentón, el jefe de familia llevó a su hijo a un club deportivo e inmediatamente lo aceptaron para que jugara el siguiente partido. Fue una cosa grande cuando Adolfo se calzó por primera vez los taquetes y sintió las espinilleras proteger sus piernas. 

Pero “El Trini” sintió una mezcla de alegría y miedo cuando se enteró que el primer partido de su hijo y el suyo serían en la misma cancha, seguido un encuentro del otro. Y es que su mujer tenía muchos años sin verlo jugar y seguramente no pensaría perderse el debut de Adolfo, y por lo tanto se quedaría al siguiente partido.

Por eso aquella mañana mojada, Adolfo fue encontrado por su papá en el patio. Para sorpresa del niño, su progenitor esperaba que se suspendieran los partidos porque encontrarían las canchas lodosas. Es más, rato después durante el desayuno propuso que ninguno de los dos asistiera a la cita con sus respectivos equipos para evitar un resfriado o una caída que los lesionara. 

“El Trini” parecía otro, no el infaltable jugador de cada fin de semana que renegaba cuando su equipo no se completaba por falta de jugadores. 

Pero su propuesta fue rechazada por la esposa e hijo y media hora antes de las nueve de la mañana condujo su automóvil hasta una unidad deportiva donde muchos niños de entre 10 y 11 años se ejercitaban suavemente para calentar sus cuerpos. Hacia ellos corrió Adolfo para unírseles. Novato al fin, olvidó que los cordones de sus zapatos no estaban amarrados y cayó al pisar uno de ellos. Pronto se puso de pie, enlodado el uniforme, y siguió su ruta para ser uno más de los jugadores.   

Adolfo reía. Saludaba a sus amigos. Se le veía feliz.

Por el contrario, Trini estaba menos pendiente de su hijo y ponía atención en el estado de la cancha lodosa, con charcos en varias partes. Aprovechó el comentario de la madre de un joven para agregar que si jugaban podrían lesionarse. Él tenía experiencia. Su esposa, a su lado, no entendía por qué hablaba así pero no reclamó porque en ese momento una leve llovizna se hizo presente.

Enterado de la situación, el entrenador llamó a los niños para preguntarles si querían jugar o se retiraban y perdían. La respuesta fue unánime: todos querían quedarse.

De cualquier forma el estado del tiempo motivó que varios niños no se presentaran, de tal suerte que Adolfo fue titular desde el principio. Apenas inició el partido, corría por todos lados sin respetar la indicación de que sería defensa lateral derecho y debía marcar a los rivales que pasaran por ahí. El entrenador y Trini se cansaron de darle indicaciones, pero a final de cuentas Adolfo fue una buena muestra de las primeras patadas que dan todos los jugadores, incluso los mejores. Nada más le faltaba fogueo.

Para el segundo tiempo a nadie le importó que el marcador fuera cinco a cero, y que tres de los goles hubieran sido por falta de atención de Adolfo. Y menos se dio cuenta su mamá Angelina, que lo animaba, que le aplaudía no sólo una buena jugada, sino que tan solo pateara el balón para la dirección que fuera. Al fin su mamá, no le importaba mojarse un poco aquella mañana. Valía la pena por ver a su hijo.

En ese momento Trini se preguntó si la misma paciencia que Angelina mostraba por Adolfo la tendría cuando lo viera jugar más tarde. Y se respondió afirmativamente. 

De esa esperanza se aferró cuando descubrió que sus compañeros de equipo ya estaban a la orilla de la cancha y bromeaban a los lejos. “¿Ahora trajiste el mandil?", le gritó uno, lo que no cayó de buenas en "El Trini". Era como un presagio.

Trini no atendió la señal que sus amigos le hicieron, mostrando cervezas que iban directo a la hielera, como sucedía antes de cada partido.

*** 

Angelina se resistía a aceptar que ese hombre que tenía frente a ella era su esposo. Había quedado en short, camiseta y zapatos de futbol. Él se sentía incómodo porque habían pasado 25 años desde la última vez que ella lo vio preparándose para un partido. 

Angelina podía haber asegurado que ese tipo barrigón no era su marido. Pero no se trataba sólo de esa panza que cargaba, más grande de lo que ella creía, sino que la sorprendió observar las piernas de Trini, no sólo flacas sino también pandas, blancas y con heridas. Eran realmente desconocidas. Angelina se dijo en sus adentros que nunca, incluso en la intimidad, se dio cuenta que su marido tuviera piernas tan feas.

Trini trataba de disimular su incomodidad. Mientras empezaba el partido le hacía plática a su mujer y mandó al enlodado Adolfo a comprarse un helado. El niño se fue corriendo, entusiasmado por su primer partido. Trini trotaba con aparente disimulo o se detenía un momento junto a Angelina pero sin dejar de mover los pies. 

Angelina se percató que pocos amigos de su esposo eran acompañados por su familia y ahora entendía sus prisas para que ese día no fueran a los partidos.   

Pero si hubo un momento duro para la señora fue cuando inició el encuentro. Se dio cuenta de los intentos de Trini para indicar a sus amigos la presencia de ella, pero varios de ellos no lo notaron y le hablaban con apodos: El Pollo, El Trompo, La Muñeca…

Y todo ello se quedó corto cuando Angelina observó que un sujeto saludó a Trini con un apretoncito juguetón en la nalga, seguida por una carcajada. 

“¡Trini es el payaso del equipo!”, se escuchó decir Angelina, alarmada, traicionándola su voz. 

Aquello no le parecía un juego de veteranos.

Lo que siguió después fue la justificación: Trini se lanzó a golpes contra el sujeto que le tocó la nalga y se mereció cualquier tipo de críticas. Separados para que no siguiera el pleito, el agredido le reclamaba con el rostro ensangrentado:

- ¡No aguantas, puto!, ¡te llevas y no aguantas!. Pero te voy a encontrar solo para partirte la madre...

- ¡Te dije que te calmaras, cuando traes familia yo no me meto contigo!...

Sujetado por dos hombres, Trini se movía aparatosamente, buscando zafarse. Era todo vergüenza.

Mientras tanto, a la orilla de la cancha Adolfo lloraba. Su mamá le había impedido que entrara para evitar que lo lastimaran. Ella estaba horrorizada. 

***

Mientras la alegata continuaba, Angelina y su hijo abordaron el automóvil. Ella al volante, su marido fue llevado con ellos. Inmediatamente puso el vehículo en marcha y dejaron la cancha. 

El Trini apenas había jugado unos minutos y sin embargo traía sus ropas enlodadas por la pelea. Alrededor del ojo derecho se le veía hinchado. Cargaba el coraje encima, contra sí mismo. 

Sus manos le temblaban. Les acababa de fallar en vivo y a todo color a su esposa y a su querido hijo que, asustado en el asiento trasero del vehículo, sollozaba bajito, siendo un chamaco muy distinto al que se despertó esa mañana soñando con jugar futbol.

Ninguno de los tres pronunciaba palabra alguna, cada cual  sumergido en sus pensamientos. Angelina repasaba los momentos del pleito y los minutos previos, cuando descubrió las feas piernas de su esposo. Ella sabía que ni de casualidad volvería a un partido donde él jugara.

A su vez, Trini se sentía avergonzado con Angelina, pero más apenado se encontraba con Adolfo, cuyo primer partido trató de evitar a toda costa y ahora se daba cuenta de lo maravilloso que había resultado verlo correr por la cancha.

Adolfo había recargado la cabeza en el cristal de una ventana y miraba hacia afuera sin que realmente viera nada. Todo pasaba rápido. Se le notaba inquieto. Fue él quien rompió el silencio:

- ¿Yo también voy a pelear en los partidos? –preguntó, como si hablara solo-.

La pregunta fue un golpe para El Trini. Las manos empuñadas por lo que había provocado, apenas pudo hablar. 

- No Adolfo…así no es el futbol. Los buenos jugadores como tú no necesitan pelear.

Trini volteó al asiento trasero y extendió sus manos que encontraron las de su hijo. Angelina detuvo el vehículo para que él se cambiara de lugar, acomodándose junto a Adolfo. Angelina manejó el resto del camino y fue como una terapia para acomodar sus sentimientos. 

Aquel día de suave lluvia en noviembre, “El Trini” se retiró del futbol para siempre. Por cierto, desde entonces jamás falta a uno de los partidos de su hijo Adolfo, cuya primera animadora sigue siendo Angelina.

 

(Foto tomada de enpozaricahoy.com)

 

 

 

 

 

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